Hay un género que alguien puso en su programa como una sección más a aportar a la larga mañana y que ha terminado traspasándose a todas las cadenas de radio. Se llama tertulia y que, según mi parecer, introdujo Luis del Olmo a primera hora de su programa, a eso de las 9 de la mañana, en su estancia en la Cadena COPE, quizás por aquello de hacer una transición entre el informativo previo y el magacín que venía después. Repito que es mi parecer y que alguien propondrá a otro profesional y otro programa, pero estaremos de acuerdo en una cosa: que estas secciones aparecen a eso de las 8:30-9:00 de la mañana en todas las cadenas privadas.
Las tertulias han tenido a lo largo de su vida matinal radiofónica dos momentos de ofuscación por parte de la empresa que las emitía. El primero lo sufrió la Cadena SER cuando a finales de los años 80 entró el Grupo PRISA como dueño y señor del cotarro. Su decisión fue desterrar este formato por estar en desacuerdo con las formas y los contenidos. Y unos meses después tuvieron que echar marcha atrás porque veían que lo que hicieron no les beneficiaba mucho. Un ‘me la envaino’ en toda regla.
Y la segunda me la recordó hace poco Juan Francisco Lamata en su canal ‘La hemeroteca del buitre’, en esas conversaciones que tiene con su amigo Vicente Real. El tema viene por lo producido en el año 2004 en Radio Nacional de España. Todos recordaremos las bombas que explotaron en diferentes trenes en Madrid, unos días antes de las elecciones que acabó ganando el Partido Socialista por mayoría absoluta.
Como siempre pasa en un cambio de partido en el gobierno, todos los puestos de trabajo más relevantes acaban siendo sustituidos, y en este caso no iba a ser menos. En el punto de mira se puso la tertulia del ‘Buenos días’ de Antonio Jiménez, que parece estaba un poco escorada hacia la ideología de derechas. Esto, obviamente, es inaceptable para un partido de izquierdas, con lo que se puso en la picota informativa la más que posible desaparición del formato del programa matinal que se acabó produciendo poco antes de las elecciones al parlamento europeo, con la pretensión de no volver, aunque se resucitaron en septiembre de aquel 2004.
Recuerdo que en aquel momento uno de mis compañeros de trabajo me preguntó qué opinaba sobre el tema, centrándolo solo en Radio Nacional de España y no en otras emisoras públicas, y la respuesta fue sencilla: la radio pública no debe opinar, debe informar. Y todavía sigue siendo mi idea.
Un medio de comunicación cuya financiación, sea en su mayoría o en parte con dinero público, nunca debe estar vertiendo opiniones del intelecto del uno para respaldar o fomentar las ideas de un colectivo concreto. La opinión debe estar en manos de otros, recuperando aquel eslogan que tenía Antena 3 de ‘noticias veraces, opiniones independientes’, que también se podría discutir. Al final lo que terminamos haciendo es escuchar aquella opinión que más se acerca a nuestros intereses o conocimiento. Es lo que tiene la información en los medios de comunicación actuales, y acaba pasando también con los que explican la historia: todos tienen un punto de vista, y el suyo es el bueno, el de los demás ni planteárselo, más que nada porque no le pagan por ello.