Gerd Altmann en Pixabay

Estamos en un mundo en el que nos hacemos caso del primero que nos cuenta la historia o leyenda urbana de turno. Y lo mejor de todo es que tenemos que hacer caso a pies juntillas a todo el argumento por el mero hecho de creer en el que lo explica, muchas veces sin tener el más mínimo rigor científico, político, judicial o lógico. En base a esta última siempre cuento aquella historia sobre un motorista que cuando iba por la carretera, y de noche, se enfrentó a dos luces que venían hacia él con las que, pensando que eran otros dos motoristas, quiso hacer la gracia de pasar entre ellos, y la sorpresa fue que lo que tenía enfrente era un camión y el motorista se murió en el acto. No sé si la habréis escuchado alguna vez, pero tiene su punto flaco y es que, si el motorista está muerto, ¿cómo sabemos que este pensó que las dos luces eran otros dos motoristas y no el camión que lo mató?

Pues esto que ha ocurrido desde siempre, las redes sociales lo han amplificado por un número cercano al infinito. Informar o contar cosas sin estar contrastadas por una fuente o por el hecho mismo que se haya producido es lo más normal del mundo, y estamos muy contentos y alegres de darle al ‘Me gusta’ de difundir a otras personas el argumento en cuestión, convirtiéndonos en los reemisores más tontos de toda la historia. Repito, todo esto ya ocurría sin redes sociales, pero estas han hecho que el procedimiento se haga más rápido. El boca a boca era muy lento, aunque en su momento todos escucháramos aquella historia de ‘Sorpresa, sorpresa’ sobre Ricky Martin, una chica, un perrito y no sé si era un poco de mantequilla o mermelada. Aquello se difundió sin que nadie lo hubiera visto pero la verosimilitud que se le daba tenía el sello de calidad.

Pues ante todo esto la Unión de Televisiones Comerciales en Abierto (UTECA), la Asociación Española de Radio Comercial (AERC) y la Asociación de Medios de Información (AMI) han lanzado una campaña a principios de agosto “para (según dice la nota de prensa) reivindicar el papel clave del periodismo frente a los bulos y falsedades que se extienden masivamente, especialmente por redes sociales, plataformas de intercambio de video y servicios de mensajería instantánea.”

Me hace gracia que ahora se acuerden de esto cuando muchas veces son los propios periodistas, o al menos ellos se llaman así, los que comienzan el bulo, la mayoría de las veces con temas políticos. Pongo dos ejemplos bastantes recientes. El primero el que realizó el periodista Xavier Vidal-Folch el pasado 18 de julio en el diario ‘El País’ sobre unas declaraciones que él imputó a Ursula von der Leyen sobre la conveniencia de la elección de Alberto Nuñez Feijoo como presidente del gobierno. En poco tiempo la Comisión Europea comentó que su presidenta nunca había realizado esas declaraciones ni en público ni en privado. Bien es verdad que al día siguiente la defensora del lector del diario explicó que se eliminaba el comentario en el artículo de opinión. Fueron rápidos, pero como siempre pasa en estos casos, a saber, si los que difundieron en su momento el artículo se dieron cuenta de la rectificación, y más teniendo en cuenta que se pudo rectificar en la edición digital, pero no en la de papel donde ha quedado para los restos.

Otro ejemplo, el producido el pasado 24 de julio en el programa ‘Julia en la onda’. Aquel día se intentó hacer el análisis de los resultados de las elecciones del día anterior con dos “gabinetes”, la sección de opinión que cierra cada el día el programa. En la primera hora estaba Angélica Rubio que rubricó su estancia con el siguiente comentario sobre unas supuestas declaraciones de Feijoo: (audio)

Menos mal que Julia Otero rectificó la afirmación que la propia Angélica Rubio no quiso solventar. El titular era muy bueno, aunque no se hubieran producido esas declaraciones.

Reconozco que los dos casos están muy pegados a las elecciones y se consagraron por ser contrarios a Alberto Núñez Feijóo, el enemigo a batir por la izquierda. Pero desgraciadamente no son los únicos ya que ni la prensa, ni la radio, ni la televisión se salvan de la desinformación. En los tres medios aparecen esos personajes en los que según la nueva campaña se reivindica el papel del periodismo. Y muchas veces las noticias aparecen a medias, según el talante político que se defienda.

La confianza en la información de los medios tradicionales se basa en la cantinela que uno quiere escuchar o leer, y no en terminar contrastando lo que se dice o se escribe. Más que nada porque esto último es muy laborioso y es mejor consultar esos portales que verifican si la información es correcta o no. Y si el argumento que estos aportan no nos gusta, son unos mentirosos. Como dijo aquel: “Que la verdad no te estropee un buen titular”.

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